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1931 - CIPRIANO RODRÍGUEZ Y CARLOS HAYA, vuelo directo de Sevilla a Bata

 
Carlos de Haya
Cipriano Rodríguez
El capitán Cipriano Rodríguez y el teniente Carlos de Haya –a la sazón destinados en el grupo de experimentación y en el Servicio de Material de la Aviación Militar, respectivamente-, que habrían de ser los protagonistas del vuelo de Madrid
Decidieron que la ruta que seguirían sería la ortodrómica, sobre la que la distancia entre Madrid y Bata era de 2.468 millas -4.572 km.-. La navegación que efectuarían sería astronómica, aunque llevándola simultáneamente a la estima, ya que era problemático que las circunstancias meteorológicas permitieran realizar las necesarias observaciones astronómicas. Contaban para la navegación con dos brújulas –de inducción una, y magnética la otra- anemómetro, altímetro, navígrafo Wimperis, 20 botes fumigenoluminosos, derivómetro, corrector de rumbos Coutinho, un sextante de burbuja, tres cronómetros fijos que habían estado en observación durante tres meses, almanaque náutico y tablas especiales para el cálculo rápido de la línea de posición. En las semanas anteriores al vuelo, el capitán Rodríguez, con el tesón y minuciosidad en él características, practicó con el sextante, realizando numerosas observaciones.
Cuando faltaban pocos días para las fechas que se consideraban más propicias para iniciar el raid se decidió que, en lugar de iniciarse éste en Barajas según el plan original, tuviera como punto de partida el aeródromo de Tablada, ya que el despegue con mucho peso era preferible realizarlo a nivel del mar, aprovechando de paso la pista que en su día se había preparado para el despegue del Jesús del Gran Poder.
El 16 de diciembre, ya debidamente revisado el 12.71 para el raid, Rodríguez y De Haya realizaron un vuelo de prueba, de cuatro horas de duración, quedando satisfechos del comportamiento de avión y motor. El 21 por la mañana volaron de Madrid a Sevilla a donde llegaron tras un agradable vuelo de dos horas, quedando en Tablada en espera de condiciones meteorológicas favorables para la realización del vuelo. El 12.71 quedó cargado y dispuesto.
Se encontraba el 12.71 cargado y listo para la empresa; llevaba combustible para treinta y cinco horas de vuelo, víveres y correspondencia para Bata y Santa Isabel y para el gobernador de la colonia, así como diarios de Madrid y Sevilla. En el avión iba una jirafa de trapo que haría de mascota. El aparato tendría un peso al despegue, de 4.265 kg.
. A las 10 y 41 minutos del jueves, 24 de diciembre de 1931, Rodríguez y De Haya, a bordo del Gran Raid 12-71, escoltados por dos avionetas del Aero Club sevillano, iniciaban la aventura.
El crepúsculo coincidía con la entrada de los aviadores españoles en el Sáhara, internándose entre dos luces en la inmensa soledad del desierto. A las 5 y media estimó el navegante que cortaban el paralelo 30. Lla navegación que llevaban eran a la estima, pues el cielo, cubierto, no dejaba ver ninguna estrella.
A las 10 y media cortaban los aviadores el trópico de Cáncer, y el paso fue celebrado con un pequeño refrigerio y una taza de café
El punto medio de la ruta lo determinó el navegante a la 1 y 25 del día de Navidad; habían recorrido 2.156 km. en diecinueve horas y cuarenta y cuatro minutos de vuelo, con una velocidad media de 146’34 km/h. 

A las 11 el aeroplano se encontraba a 540 km. de Bata lo que a la velocidad que en aquel momento desarrollaba el 12-71, significaba que faltaban poco más de tres horas para alcanzar el éxito del raid.
El mar era alcanzado por el 12-71 a las 11 y 43 en una costa cubierta de mangles que llevaban la espesa vegetación de la selva hasta el mismo borde del agua.
No tardó el 12-71 en alcanzar la desembocadura del Campo, río que formaba la frontera norte del territorio español; allí inició De Haya el descenso, pudiendo gozar, a medida que se aproximaban al suelo, del estupendo panorama que ofrecía la selva guineana, coronada de tanto en tanto por gigantescas ceibas y salpicada de pequeños claros de verde hierba, en muchos de los cuales se alzaban poblados formados por corto número de chozas. El avión, a 350 metros de altura al llegar a Bata, a la 1 y 45 de la tarde, efectuó una protocolaria vuelta de saludo sobre la ciudad, maniobra que sirvió al propio tiempo para que De Haya localizase el terreno dispuesto para el aterrizaje, situado al sur de Bata, junto al río Ekueku. El improvisado aeródromo consistía en un claro, amplio y llano, cubierto de tupida hierba, a poca distancia de Bata y no mucho más de la costa, junto al poblado de Iowé por el que pasaba la pista de Río Benito. Sus límites estaban señalados con lienzos blancos junto a los que se apiñaba una considerable cantidad de personas que constantemente aumentaba al ir llegando muchas más que, al ver el avión, corrían hacia el campo. Un bote de humo que se encendió al llegar el aeroplano a la vertical de Bata, y que fue renovándose hasta que aquel estuvo en tierra, señalaba la dirección del viento, muy ligero, que soplaba del primer cuadrante.
A las 13 horas y 52 minutos tocaban las ruedas del 12-71 la suave superficie del aeródromo de Bata. Acababan de cubrir, el capitán Cipriano Rodríguez y el teniente Carlos de Haya, 4.312 km., en un vuelo de veintisiete horas y once minutos de duración, a una velocidad media de 158’08 km/h.
 El nacimiento del año 1932 hallaba al 12-71 listo para emprender el regreso a la patria.
Dado que el propósito del viaje –unir en un solo salto la Península y la colonia de Guinea- estaba ya logrado y, en consecuencia, el raid culminado con éxito, y considerando que las condiciones del campo de aviación de Bata no permitían el despegue del aparato con el peso necesario para efectuar el retorno directo, se proyectó éste en cinco etapas: Bata-Niamey (1.52 km.), Niamey-Bamako (1.068 km.), Bamako-San Luis de Senegal (1.000 km.), San Luis-Las Palmas (1.425 km.) y las Palmas-Madrid (1.775 km.; en total, 6.778 km.
Despegó el 12-71 a primeras luces del domingo, 3 de enero. Todo transcurría con normalidad cuando de modo inesperado se formó una tormenta de arena que, además de reducir notablemente la visibilidad, podía resultar peligrosa para el motor que aún debía cubrir 5.000 km., antes de terminar la misión: esto hizo a Rodríguez adoptar la decisión de tomar tierra en una zona muy apta, lisa, limpia y totalmente despejada. Era la 1 y 30 de la tarde, y llevaban volados 820 km. en cinco horas de vuelo.
El aterrizaje fue perfecto y el avión quedó parado tras un corto recorrido. Los aviadores saltaron a tierra y comprobaron la buena disposición del terrero. Dos horas más tarde, pasada la tormenta de arena y con el cielo despejado, iniciaron el despegue para cubrir los 250 km. que los separaban de Bamako, pero cuando llevaban rodados unos 100 metros, aún con la cola baja, empezó a sentir De Haya un rozamiento que frenaba la rueda derecha; cortó motor, y casi instantáneamente aquélla se agarrotó, iniciando el avión el caballito a aquel costado, metiendo el plano izquierdo en tierra, produciéndose en pocos segundos el desastre al romperse la pata izquierda sobre la que cayó todo el peso del avión. Allí había terminado el raid.
Estaban los aviadores a poca distancia del poblado indígena de Korondongon, del que no tardaron en llegar unos negros de elevada estatura, que desde el primer momento mostraron una actitud de auténtica hospitalidad, conduciendo a Rodríguez y a De Haya –que no habían sufrido la más mínima lesión- a su poblado, preparando para ellos un guiso de ave y alojándolos en las mejores chozas del poblado. Al propio tiempo enviaron aviso de la estancia de los aviadores al puesto francés de Kutiala, a 80 km. de distancia, y de allí vino un teniente con un automóvil a buscarlos, siendo huéspedes del jefe del puesto durante tres días. Un equipo de mecánicos franceses llevó a cabo la recogida del 12-71, desmontándolo y embalándolo para su traslado a España, y en Kutiala y Korondongon permanecieron los aviadores españoles hasta ver terminada la operación, regresando seguidamente a la patria.
En el número del 4 de enero de 1932 decía el londinense The Times: «Dos aviadores españoles han logrado vencer por el aire las misteriosas junglas del continente africano. A partir de este momento se debe a ellos la apertura de una nueva ruta, militar y civil. La civilización les debe este gran servicio que la han prestado. Sus nombres quedarán grabados en la historia del Mundo


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